«Un hombre sencillo vivía en la costa. No había nada que le gustara más que navegar. Cada minuto libre lo aprovechaba para salir al mar.
Tenía buenos conocimientos acerca del viento, tiempo, nudos y pesca. Un día llevó consigo a su hijo de 10 años y a su amigo de la misma edad a navegar. Habiendo un tiempo fantástico salieron al mar. Repentinamente se alzó un fuerte temporal, embistiendo violentamente contra el velero.
Lejos de la salvadora costa, la embarcación comenzó a hundirse y el hombre y los dos niños cayeron al mar. Lo único que el hombre pudo llevar consigo fue una cuerda. Una ola lo llevó hacia una boya, donde logró sostenerse. A cierta distancia los niños iban a la deriva. Pero él con la cuerda solamente podía salvar a uno de ellos.
Él sabía que su hijo conocía a Jesucristo y lo amaba. También sabía que el amigo de su hijo no conocia a Jesús. ¿Que haría? Un terrible dolor debía de haberle roto el corazón. Le gritó a su hijo: «Te amo» y le arrojó la cuerda a su amigo, quién fue salvado. El cuerpo de su hijo jamás fue hallado.
Éso lo ha hecho Dios por nosotros, Él nos ha arrojado la cuerda, para salvarnos, y ha dejado morir a Su Hijo en nuestro lugar.»
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