Una vieja historia cuenta que un anciano acostumbraba recorrer la orilla de la playa muy temprano cada mañana. Caminaba largas distancias, aunque con frecuencia se agachaba, parecía recoger algo de la arena y luego lo lanzaba al mar.
Cierto día un joven decidió seguirlo. En varias ocasiones lo había observado realizar esta extraña tarea hasta que desaparecía en la distancia. ¿Qué recogía? ¿Y por qué lo devolvía al mar? La única manera de saberlo era siguiéndolo. Y lo hizo. Cuando pudo darle alcance, su sorpresa fue grande cuando vio que se trataba de muchas estrellas de mar.
—¿Por qué hace usted eso? —preguntó el joven, curioso.
— Es la única manera de salvarles la vida —contestó el anciano—. Si permanecen en la orilla por mucho tiempo, mueren deshidratadas.
— ¡Pero son muchas! ¿Qué sentido tiene lo que está haciendo?
Mientras mostraba al joven la estrella que acababa de recoger, el anciano respondió:
— Tiene sentido para ella.
Entonces el anciano lanzó la estrellita de regreso al mar.
Si hubiera sido capaz de hablar, esto es lo que la estrellita de mar le habría dicho al joven: «¡Tiene sentido para mi».
¿Tiene sentido aliviar el dolor de una persona en una época en la que millones sufren? ¿Tiene sentido dar de comer a un hambriento? ¿Vestir a un desnudo? ¿ Consolar a uno que sufre la pérdida de un ser querido? ¿Visitar a uno que está en la cárcel? La respuesta es sí, aunque solo sea uno. Tiene sentido porque estamos hablando de un hijo de Dios. Porque además, un favor hecho al hambriento, al sediento, al desnudo, al preso, es como hacérselo a Dios mismo. Tiene sentido, en última instancia, porque para el Padre celestial cada hijo suyo cuenta. Y la mayor demostración de que cada ser humano cuenta para Dios es que, por uno solo de nosotros, Cristo habría venido a este mundo.
Al comenzar este día, medita en este gran misterio: Por ti, sólo por ti, Cristo habría venido a sufrir y a morir. Por eso cuando alguien pregunte: «¿Qué sentido tiene todo lo que Cristo sufrió, si de todos modos la mayoría no lo acepta?». Tú bien podrías responder: «¡Tiene sentido para mí!»
Gracias, Padre, porque soy importante para ti.