Un pequeño niño reclamó que los zapatos nuevos estaban machucando sus pies. Su tía, mirando para bajo, le dijo: «No es de admirar que esté doliendo. ¡Ellos están cambiados!»
Colocó el zapato derecho en el pie izquierdo y el zapato izquierdo en el pie derecho. Ella lo ayudó a colocar los zapatos correctamente y, desde aquel momento, el niño pasó a brincar alegremente como los demás.
A veces nuestras vidas parecen amargas y secas. Nosotros culpamos a todos que nos cercan por nuestras angustias. Pero, debemos parar un poco y mirar para nuestros pies. Si estuviésemos calzando los zapatos correctamente, estaríamos andando tranquilos y llenos de gozo y felicidad.
¡Muchos problemas podríamos evitar si nuestros zapatos no estuviesen cambiados! ¡Muchos dolores dejaríamos de sentir si nuestros zapatos no estuviesen cambiados! ¡Mucha alegría ya estaríamos gozando si nuestros zapatos no estuviesen cambiados!
Los zapatos cambiados nos llevan para direcciones equivocadas, retiran nuestra paz y no permiten que disfrutemos los verdaderos placeres de la vida. Si no son usados correctamente, corremos el riesgo de pasar los días con mal humor, de no percibir el brillo del sol y la belleza de la creación de Dios. No habrá alegría en el corazón si insistimos en andar con los zapatos calzados incorrectamente.
Si sus zapatos están cambiados, no se adelante murmurar y culpar los otros. Que usted necesita es acertarlos. Tome la decisión cierta, no dé más ni un paso sin ajustarlos.
Deje Jesús entrar en su corazón y nunca más sus zapatos serán cambiados. Sus pies no van más doler y todo su camino será pleno de alegría y felicidad.
Desconozco su autor