Mi Señor que llegas a la hora de dormir. Cómo deseo que llegue este momento, porque ya presiento que te acercas y que ya sabes lo que me inquieta, adivinas lo que guarda mi corazón y lo que te quiero contar.
Doblo mis rodillas ante tu santa presencia, que lo llena todo, en muestra de profundo agradecimiento por venir a mi vida siempre, invariablemente, demostrándome tu gran amor y poder y llenando de gozo mi alma al ver lo que haces en mi vida sin tomar en cuenta mis debilidades y fallos.
Siempre repito en mi mente: ”¿Por qué voy a estar temeroso, sin ánimo y alegría, y es que acaso no es el Señor mi escudo y protector?”
Por esa razón, dame la gracia de poder estar siempre alegre y confiado, sin llanto en los ojos y mucho menos quejas en mi boca, solo la contínua súplica que tu misericordia, que es infinita, y que nos la das gratuitamente, empape mi alma como brisa fresca y refrescante.
Gracias por todo lo que pones a mi disposición simplemente porque me amas.
María Milagrosa, quédate conmigo a esta hora de la noche, abrazándome fuerte como siempre.
Amén.
P. Alexis Gutiérrez